La lealtad es uno de los valores más escasos y, al mismo tiempo, más necesarios en nuestra época. No se trata solo de ser fiel a alguien, sino también de elegir con sabiduría a quién dejamos entrar en nuestro círculo más cercano.
Confiar en alguien es abrirle la puerta a nuestro mundo interior, a nuestras vulnerabilidades y a nuestros sueños. Por eso es vital rodearnos de personas fuertes, con valores claros, disciplina y metas firmes. La verdadera lealtad florece cuando hay coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, y cuando las convicciones no se venden ante las modas, los vicios o las malas costumbres.
Los débiles, tarde o temprano, terminan traicionando. No siempre porque lo planeen, sino porque no están preparados para sostenerse ni siquiera a sí mismos. Al no tener raíces sólidas, caen fácilmente en la tentación, y en esa caída se traicionan primero a ellos mismos… y luego a quienes los rodean.
La lealtad auténtica, en cambio, es un refugio. Es la certeza de que aunque el mundo cambie, hay seres que se mantienen firmes, que defienden sus posturas y su verdad, que eligen caminar contigo con rectitud.
En estos tiempos de ruido y confusión, la lealtad es un faro. Y nuestra responsabilidad es cuidar ese círculo de confianza, sembrarlo con amor, respeto y disciplina, porque de allí nacerá la fuerza para seguir sanando y gozando de la vida.
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