Pero la verdad —esa que la vida te enseña con golpes de alma— es que muchas veces sí.
Porque antes de abrir la boca, algunos ya miran la frente y leen una etiqueta invisible: “el hijo de…”.
Y entonces, aunque seas distinto, aunque tu corazón no tenga nada que ver con aquello, el juicio ya está hecho.
Por eso, aléjate.
Aléjate de quienes no quieren a tus padres, porque en el fondo tampoco van a quererte a ti.
La energía no miente, y el rechazo hacia donde venís es rechazo hacia tu esencia.
No alimentes a las hienas con tu amor, tu paz y tu luz.
Porque si no te ven con buenos ojos, buscarán cobrar en ti lo que no pudieron resolver con ellos.
Y eso, aunque suene duro, también incluye a los familiares.
Porque la sangre no siempre une; a veces aprieta, hiere y duele.
La lealtad familiar mal entendida puede ser una cadena invisible que te ata a historias que no son tuyas.
Es tiempo de liberarte de los pactos de lealtad ancestral.
Aquellos que decretaron tus antepasados, sin saber, al repetir:
“Así somos en esta familia…”, “así se hace…”, “así se paga…”
Rompe con esa herencia emocional que no te pertenece.
Tú no estás aquí para repetir el destino de tus padres, ni para pagar las deudas de tu árbol.
Estás aquí para sanar, para vivir tu propia historia, para honrar tu linaje sin cargarlo.
Amar a los padres no significa cargar sus heridas.
Honrar la familia no implica vivir en sus culpas.
Aléjate con amor, sin culpa, sin rencor.
Agradece la lección y sigue con tu bella vida.
No pidas permiso a nadie para ser tú.
No necesitas justificar tu paz.
✨ El amor verdadero también sabe poner distancia.
Cuando te liberas, también liberas a tu árbol.
Y al hacerlo, bendices a quienes vinieron antes y a quienes vendrán después.
💫 Esa es la verdadera lealtad: la que se transforma en libertad.
✍️ Elida Bentancor
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