Cuesta años construir un equilibrio entre el alma, la mente y el cuerpo; cuesta noches de silencio, lágrimas y aprendizajes. Y cuando finalmente logramos ese estado de calma, de claridad y de amor propio, comprendemos que no cualquiera puede entrar en nuestra casa interior.
Hay personas que llegan con sonrisas, palabras dulces o aparente necesidad, pero detrás traen turbulencia. Son los que manipulan y, cuando no consiguen lo que buscan, se victimizan. Te hacen sentir culpable por poner límites, te hacen dudar de tu luz y desordenan lo que tanto trabajo te costó ordenar.
Por eso, no es egoísmo cuidar el propio espacio: es sabiduría.
Tu casa —tu energía, tu cuerpo, tu alma— es un lugar sagrado. No todos merecen entrar. Algunos solo vienen a probar la solidez de tus muros o a medir la temperatura de tu calma, pero no a contribuir con amor ni respeto.
Decir “no estoy disponible” no es rechazar: es proteger lo esencial. Es comprender que la verdadera espiritualidad también sabe cerrar puertas, que la compasión no implica exponerse al daño y que el amor —cuando es sano— nunca manipula ni desgasta.
Mi abuelo solía decir: “Hay gente que llega solo para desacomodarte.”
Y con los años entendí que tenía razón. Hay energías que no buscan armonía, sino atención. Pero uno aprende a reconocerlas, a agradecer la lección, y a seguir adelante, en paz.
Porque la madurez espiritual no está en cuánto aguantas, sino en cuánto cuidas de tu paz sin culpa.
✍️ ELIDA BENTANCOR
SANANDO Y GOZANDO, BLOG
No hay comentarios:
Publicar un comentario