Quien practica la gratitud aprende a mirar más allá de las carencias y a descubrir la riqueza en lo simple: una sonrisa, un amanecer, un abrazo, un instante compartido. Esa mirada agradecida se convierte en una brújula que nos guía incluso en tiempos difíciles, porque nos recuerda que siempre hay algo por lo cual dar gracias.
La gratitud no solo nos conecta con los demás, también multiplica la luz que habita en nosotros. Al agradecer, elevamos nuestra frecuencia, y esa vibración luminosa atrae nuevas oportunidades, encuentros y bendiciones.
Ser agradecido es un arte y también una disciplina: requiere detenerse, contemplar y reconocer que nada es dado por hecho. Y en ese acto de humildad y reconocimiento, la vida se expande.
En verdad, la gratitud abre caminos invisibles, porque nos permite entrar en sintonía con lo esencial: con el amor, la esperanza y la certeza de que estamos sostenidos por una fuerza mayor que siempre nos acompaña.
✍️ELIDA BENTANCOR
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